«Erase una vez, un traductor ilusionado en recibir maravillosos encargos de traducción con los que demostrar a sus clientes sus habilidades en este trabajo; y lo que recibía eran trabajos de proofreading maquillados». Podría empezar así este artículo, porque lo que pretendo es denunciar ciertas diferencias que para muchos son evidentes y para otros lo son a menor escala.
Estoy en el trabajo concentrada en una traducción del inglés al español cuando me suena el móvil y recibo un e-mail. Una agencia con la que solía trabajar asiduamente y que desapareció del panorama durante meses se ha vuelto a acordar de mi. Estoy de suerte, (creo). Me leo el e-mail mientras sigo pensando en gerundios en inglés y en cómo traducirlo al español y con el otro miro el diccionario de reojo. ¿No os habéis encontrado nunca con esta misma situación? Bueno, pues a lo que iba… Recibo un encargo de «proofreading» o lo que es lo mismo, de corrección y edición. Una antigua traducción que hice en diciembre del año pasado ha sido utilizada para crear otro documento y ha habido algunas modificaciones por corregir y editar (subrayo el corregir y editar y no el traducir, para que luego no tengáis dudas). Como tengo poco tiempo, (¡error!) me la leo por encima mirando que los títulos y las secciones se correspondan y pienso «¡qué bien, poco trabajo, algo sencillo en un buen formato y con tiempo más que suficiente!».
Pasan los días y me pongo con mi corrección y edición (es decir, «proofreading» y nada más ¿verdad?). Al cabo de unos minutos, me doy cuenta de que hay un pequeño párrafo que no aparece en una de las versiones y pienso que «se lo han dejado, pero bueno, no pasa nada». Pasadas varias páginas, me doy cuenta de que los descuidos del autor ya no son tan inocentes y sigo encontrando fragmentos y párrafos enteros por traducir. Algo me dice que podría haberme mirado mejor el texto antes de gritar: «¡lo acepto!». Pero ahora, ya es demasiado tarde. Me resiento ante tal situación y sigo adelante con el encargo citando, corrigiendo y (¡encima!) traduciendo. Mi factura final se está tirando de los pelos y tiene una cara de asombro monumental cuando conscientemente llegue el momento de maquillarla de «encargo por proofreading» aplicándole la tarifa correspondiente, si es que llego a ese momento claro… Oigo como en mi interior mi voz me dice: «¡¿pero por qué no lo has mirado antes?!». Me justifico: «por falta de tiempo, porque estaba en medio de una traducción fabulosa con una idea brillante que no quería que se me escapara pero, por otro lado, tampoco quería tardar en contestarle a un cliente que se ha vuelto a acordar de mi pasados meses de silencio». ¿Y ahora qué puedo hacer? Se me ocurren dos soluciones:
1) Acabar el encargo y hacer la factura correspondiente a un trabajo de proofreading dándole a saber a la agencia que el encargo en sí no ha sido un «proofreading» del todo, ya que había múltiples párrafos y fragmentos por traducir; añadiendo (amablemente) que el error de no haberlo visto antes era mío y de ahí que haya hecho el encargo con tarifa de proofreading, es decir (y llamado de modo vulgar «hacer un regalo» que me apetece cero no, lo siguiente).
2) Acabar el encargo de traducción (porque dista mucho de ser un proofreding de carne y hueso) y decirle a la agencia que esta vez, al haber sido un error mío, no les voy a cobrar (¡no sé qué mosca me ha picado para decirles eso!) porque no es sólo un trabajo de corrección y edición sino que a eso debo añadirle mi tarifa de traducción.
Cosas que pueden pasar si escojo la opción 1
- Pueden pasar muchas cosas, una de ellas es que la agencia me dé la razón, pida disculpas y quiera pagarme la tarifa real que es la de corrección, edición y traducción. (Caso poco probable pero que aún existe).
- Otra respuesta es: que la agencia de traducción me diga que ellos tampoco se han dado cuenta, que el cliente les ha comentado que se trataba sólo y exclusivamente de un trabajo de proofreading y que se han guiado por la buena palabra del cliente con quien trabajan desde la época de los dinosaurios o incluso desde mucho antes.
- También, pueden decirme que lo sienten mucho, que ellos se guían por mi respuesta y que si les hubiera avisado antes de que hay más trabajo de lo establecido se hubieran adaptado (o no) a mi respuesta. Y para evitar confrontaciones y a pesar de mi (excelente) trabajo, la agencia puede dejar de lado nuestra colaboración argumentando que soy una traductora incómoda y poco profesional.
Cosas que pueden pasar si escojo la opción 2
- Pueden decirme que no están de acuerdo y que lo que el cliente dice va a misa; si no quiero cobrar que les parece más que adecuado porque la que está creando complicaciones soy yo.
- También, pueden decirme que lo sienten mucho, que no se habían dado cuenta y de que me agradecen mi «gesto». (Para ellos es mejor, ya que se ahorrarán mi factura y acabarán cobrando más, siento la sinceridad pero los intereses son los intereses).
- O incluso, puedo llegar a encontrarme con una respuesta con un tono de enfado al haber puesto en tela de juicio la buena reputación de la agencia y de su cliente con quien mantienen, además de un estrecho lazo de amistad (comomes de imaginar en estas situaciones), un estrecho lado de business profesional.
Qué puedo hacer yo al recibir una respuesta de la agencia después de aclararles las diferencias que hay entre el encargo y la realidad
- Prestar más atención a los encargos que recibo para darme cuenta si son traducciones o trabajos de corrección y edición (que se parecen pero que no son lo mismo).
- Analizar el texto en busca de diferencias para establecer de qué tipología de encargo se trata.
- Hablar con la agencia antes de aceptar el encargo para evitar malentendidos y situaciones desfavorables.
- Establecer las tarifas (una vez más y por si acaso) con las que se va a trabajar en función de la tipología del encargo mismo.
Y seguramente me deje alguna que otra cosa por añadir, pero estas serían las ideas generales y los pasos a seguir (o no, en función de tu experiencia y gustos) en caso de confusión, malentendido o como queráis llamarlo. Y recordad, los clientes pagan y los clientes exigen, nosotros transmitimos su mensaje de una lengua a otra (hay quién el otro día me dijo que se trataba más bien de «cultura»). Toda acción que conlleve un «pero», un «sin embargo» o un «cabe la posibilidad de…» no va a ser aceptado o bien visto si no se avisa con tiempo. Las preguntas que os planteo son: ¿os habéis encontrado con una situación similar? ¿Cómo habéis actuado? ¿Qué le habéis dicho al cliente? Espero vuestros comentarios. Un saludo y ¡gracias por leer el blog!
Deja una respuesta